A los adultos nos resulta muy difícil concebir que un niño pueda sufrir problemas relacionados, por poner un ejemplo, con un malestar emocional o con la ansiedad. En realidad, este tipo de dificultades existen y las razones por las que podemos encontrarlas parten de situaciones que tienen que ver, en la mayoría de las ocasiones, con problemas que surgen en su ambiente habitual (familia, guardería, colegio, amigos…), pero que también pueden ser fruto de un problema de desarrollo, enfermedad o del propio carácter del menor.
Por otro lado, la adolescencia es una etapa que fácilmente reconocible como conflictiva, sobre todo en lo que se refiere a la creciente necesidad de los jóvenes de independencia con respecto a los padres, los conflictos que surgen en el campo de las relaciones con otros jóvenes, así como las dudas de identidad o sobre su futuro.
El papel del profesional de la psicología pasa por la responsabilidad de cubrir todos los flancos del problema a través de la valoración de los menores, el trabajo con los padres y la indagación de todos aquellos factores que tengan que ver con el problema (otros familiares, colegio, grupo de iguales, etc…) con el objetivo de encontrar vías de solución adaptadas a cada caso particular.